Los amigos...

¿Qué será de mis antiguos amigos de Castelar?

Es increíble la memoria. En mi caso, la desmemoria.
No hay caso de poder recordar a todos mis amigos, y de los que sí tengo memoria, en varios casos no me acuerdo de sus nombres de pila.
Estaba Julio Fuentes, que ya nombré antes. Era mi mejor amigo y vivía en el edificio de enfrente de casa... el de los Fasio. Alquilaban un departamento en el primer piso. Bastante amplio, sobre los negocios de la planta baja y al lado del que ocupaban los propios Fasio. Tenía una hermana mayor (Dora) que tenía un problema con sus piernas: eran tipo "macetas". Un verano se fue toda la familia Fuentes a visitar a sus otros familiares a la provincia de Salta. Estuvieron un mes o más. A la vuelta, Dora era otra persona. Había adelgazado bastante y sus piernas eran ya prácticamente normales. Nunca supe a ciencia cierta qué es lo que había hecho para conseguir ese cambio. No creo que haya sido sólo dieta y las cirugías plásticas por esos años eran una utopía.
Justo frente a casa vivían los Servini. Héctor era mi amigo, aunque de vez en cuando teníamos alguna discusión o enojo pasajero. Tenía también una hermana, pero no recuerdo su nombre.
El padre era italiano y había estado en la Segunda Guerra Mundial en el frente de Africa. Nos contó que estando allí, un buen día les llega la orden de trasladarse al frente ruso. Los levantaron así como estaban y se los llevaron. Con la misma ropa que usaban para el calor africano fueron transportados frío de la Unión Soviética. Demás está decir que muchísimos murieron por esa razón, además de otras cosas espantosas que nos dijo que hizo la bajísima temperatura con muchos de sus compañeros. Por ejemplo, que a muchos se les quedaban pegadas las manos al metal de los cañones (prueben de poner un dedo en las paredes de un freezer y verán como se les adhiere un poco... imaginen temperaturas de 10 o 20 grados bajo cero y comprenderán que para poder despegarles las manos forzozamente se les arrancaba la piel, al menos). Otros muchos morían en plena marcha. Quedaban como estatuas. Hasta contó que muchos perdieron sus narices u orejas, que al tocarlas se les quebraban a causa del frío tan intenso. En fin, horrible.

Al lado de la casa de los Servini vivía una señora Blanca y lindante con la casa de ella, estaba Armandito. Un chico más o menos de nuestra edad, pero con un problema de retraso mental, creo que a causa de la poliomielitis. A él lo ví en mi última visita al barrio. Por supuesto no me reconoció, pero yo a é sí. Estaba igual de flaco que siempre, pero lleno de canas. Creo que eso es lo que me causó más impresión.

Al lado de la casa de Armandito, los Ripetta (Pipetta, según la abuelita María). No me acuerdo de los nombres de los hermanos (un varón y una chica). No éramos pocos los que estábamos detrás de ella, que era uno o dos años mayor que nosotros. De todas formas, de vez en cuando compartíamos un rato de la tarde con ella jugando a cualquier cosa, con tal de tenerla cerca.
Su padre era médico y, si no me equivoco, ella y su hermano también estudiaron medicina.

Creo que inmediatamente después (o a dos casas, a lo sumo) vivía Jorge Rendo. No supe más de él hasta que escuché su nombre por radio durante un reportaje telefónico hace como 10 años. Estaba como gerente de no sé qué área de una automotriz (podría ser la Fiat).

Al lado de mi casa vivían los Elman, pero eran mayores que yo... así que la relación era sólo de vecinos. En realidad, de nuestro lado de la avenida no había ningún chico de mi edad. Todos mis amigos eran de la vereda de enfrente.
Al lado de los Elman, un enorme chalet que ocupaba más de media manzana y el terreno llegaba hasta la calle Rauch, la de atrás de casa. Era de los Pisano (creo que aún viven allí) Hoy son dueños de una cadena de grandes pinturerías de la zona oeste del Gran Buenos Aires.

Había más chicos con los que solíamos jugar, pero no eran de nuestra cuadra y no los recuerdo.
Se formaba una buena banda de pibes que, por lo general, nos quedábamos jugando a la pelota en el amplio espacio de pasto que iba desde las casas hasta el cordón de la avenida. Lo más común era que jugáramos frente al chalet de los Pisano, que era el que tenía la superficie más larga (eran como 3 o cuatro lotes juntos) y era ideal para usarlo como cancha. Por supuesto, poníamos alguna ropa o lo que hubiera a mano, haciendo de postes de los arcos y ahí nos pasábamos al menos 3 horas seguidas peloteando. Cuando venían mis compañeros de la escuela, solíamos ir hasta el estacionamiento del club Los Matreros, que ya conté antes.

En primavera o verano salíamos a caminar por todo el barrio y juntábamos frutas dentro de nuestras remeras, que poníamos adentro del pantalón para que nos sirvieran como una bolsa. Toda árbol frutal que asomara alguna rama hacia el lado de la vereda era minuciosamente saqueado por la horda de pibes que formábamos... Nos dábamos grandes panzadas cada tanto.

Otro vecino, que también era compañero de grado en la escuela, era Jorge Campos. Vivía sobre la calle Rauch, casi esquina Monte. Es decir, a poquito más de una cuadra de casa.

En fin, espero que todos estén bien hoy.
Ya no creo que los vuelva a ver alguna vez. No los podría reconocer...

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