Al fin, Castelar...!!! (1)

Se me ocurre que fue más bien a mediados de año que nos instalamos en la casa de Castelar, aunque la lógica dice que tendría que haber sido en enero o febrero, o sea antes del comienzo de las clases. Héctor estaba por empezar tercer grado de la escuela primaria (el cuarto grado actual). Únicamente que le hayan dado el pase de escuela mientras cursaba los primeros meses del año en la St. Michael's de Burzaco (¿o de Lomas de Zamora?).
Yo todavía era chico para ingresar al Jardín de Infantes. En esos tiempos sólo había sala de 5 años y apenas acababa de estrenar 4.

La casa estaba "pelada", recién terminada y con claras evidencias de ello. Tengo una foto en la que Héctor y yo estamos en la veredita del costado de la casa. Héctor de pie y yo sentado en el borde de la ventana del comedor. Ahora no me acuerdo dónde la tengo, pero en cuanto la encuentre la subo.
El terreno, por ejemplo, estaba con poco césped. Con bastante yuyo, eso sí. Había restos de la obra. Supongo que algún pedazo de tierra cubierto por mezcla endurecida. En el fondo del terreno, en la esquina izquierda limitando con las casas de los Elman y la del atrás (me olvidé del apellido de ellos) se había juntado bastante escombro que formaron una montaña de un metro y medio de altura, calculo. La cumbre de éste cúmulo coincidía con el tronco de una de las dos moreras que había. Ésta era la morera negra.
Evidentemente había otras cosas más urgentes que atender, que corregir y/o que hacer nuevas y así fue quedando el montículo de escombros, que terminaron ganándose su lugar porque se cubrieron de césped y otro tipo de plantas al punto de que ya no se notaba que debajo estaban ellos. De a poco se convirtió en un lugar muy importante para Héctor y para mi. Una especie de cita obligada. Ahí teníamos buena sombra en verano, "privacidad", espacio propicio para inventarnos nuestras historias infantiles, una excelente plataforma para trepar desde allí a las ramas de la morera y pasar las tardes enteras entre charlas y divagaciones con nuestros amigos. Podíamos observar sin ser observados. En fin, dentro del mojón que significó la casa para la vida de la familia, la morera y la montañita de escombros fue a su vez, un ícono nuestro. Una especie de "centro de usos múltiples", lugar de esparcimiento y juego, de reflexión, de "interacción comunitaria", de observación y estudio de la naturaleza y proveedor de un postre adicional: las ricas moras negras. Claro, también de muchas manchas en la ropa que seguramente no harían muy feliz a mamá.

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