fotos de familia



Foto de la 5ª división del Club DAOM publicada en la revista "Rugby XV"

Para esto todavía faltaban unos 10 años, considerando que recién voy por el año '57 en mi relato. Pero tenía ganas de ponerla...

Ah... soy el tercero de arriba, contando desde la izquierda.

Mientras tanto... (1)



Sputnik soviético en órbita




Inauguración del Camp Nou

Mientras tanto... (2)



Prueba atómica de EEUU en Yucca Flats




Triunfo de Juan Manuel Fangio en Nürburgring

Mientras tanto... (3)



Ella Fitzgerald en Amsterdam: Angel eyes




Paul Anka: Diana

Mientras tanto... (4)



Kim Novak: I'll take romance




Brigitte Bardot y Charles Boyer: Une parisienne

Al fin, Castelar...!!! (3)

Que todas las cosas que uno recuerda de la infancia suelen llegarnos distorsionadas no es cosa sólo mía. Y no únicamente de la infancia, sino que en general, todo aquello que uno mira con cierta distancia de años sufre , en mayor o menor medida, de ese fenómeno distorsivo.

Cuando volví a pasar por enfrente de la casa, varios años despuès de habernos mudado, noté que el ancho de las veredas y del césped que llega hasta el cordón de la calle no era tan grande como creía recordar. Para mí era casi como la cancha de Boca, más o menos. Más aún cuando finalmente instalaron un buen sistema de iluminación en toda la avenida y en verano podíamos quedarnos jugando a la pelota hasta que ya era de noche. Pero esto fue algunos años más tarde. Hasta ese momento había iluminación, pero deficiente.

La avenida Sarmiento, donde estaba nuestra casa, era de las pocas calles asfaltadas del barrio (el barrio Parque Ayerza, que llevaba ese nombre porque antiguamente esos eran terrenos de la familia Ayerza, justamente). Según ví en la guía Filcar hace unos días, aparentemente ya no sería más avenida. Figura como una calle común. Hace rato que no paso por ahí, así que no sé si será así o es un error de la guía.
Lo cierto es que las calles que rodeaban la casa eran todas de tierra o mejorado. Sólo cuatro cuadras hacia el norte estaba la calle Alem, que tenía asfalto. Era casi una frontera para mí. Rara vez crucé para el otro lado de Alem. Me acuerdo que en una de esas ocasiones descubrí una casa muy vieja y derruída a unos 20 o 30 metros de Alem, sobre Monte (que ya no es más "Monte"). En la puerta había una viejita que parecía (o me pareció a mí en ese momento) una de esas brujas de los cuentos... por el aspecto y porque, además, fumaba en pipa y hasta toscanos. Pasé algunas veces más por ahí para ver a la viejita, siempre sentada cerca de la puerta de su vieja casa y con la pipa o el toscano en la mano... Claro, después ya pasó a ser sólo algo pintoresco, pero al principio no oculto que me producía algo de miedo y el ir hasta ese lugar era algo así como un infantil placer morboso...

Lo que abundaba en esos primeros tiempos castelarenses eran los terrenos baldíos, lugares que poco tiempo después serían nuestros espacios favoritos de juegos y aventuras con los otros chicos del barrio (que eran muchos, realmente)

A Héctor lo anotaron en la Escuela Modelo, de Castelar. Quedaba (queda) a unas 7 u 8 cuadras de la casa, sobre la calle Mercedes (que es una de las principales que unen toda esa zona con el centro de Castelar). No recuerdo si lo llevaba mamá caminando o con su bicicleta inglesa Raleigh, que le habían regalado a sus 15 años y que Héctor y yo usamos también tiempo después.
Yo todavía, como dije antes, no iba a la escuela así que un rato por día disfrutaba de ser hijo único.

No sé cómo sería el viaje de papá desde el trabajo a Burzaco, pero con el tiempo supe cómo viajaba desde la estación Once ( o Misserere, si bajaba por la plaza de Once) hasta Castelar. Al menos en los años de la presidencia de Illia, cuando le hacía huelga todo el mundo. Papá llegaba destruído a casa despuès de pasar hasta 2 o 3 horas encerrado en el tren repleto de gente. Sobre todo en verano era un verdadero suplicio. Pero eso no hacía que renegara de habernos mudado al Oeste. Creo que, a fin de cuentas, él sentía que era un precio menor por gozar del placer de aquella casa.

Al fin, Castelar...!!! (2)

De a poco "el fondo" se fue poniendo verde. Muy de a poco y con mucho laburo de los viejos. En particular, de mamá. Me acuerdo de verla horas arrodillada sobre la tierra, con un cuchillito en la mano haciendo pequeños pozos para plantar semillas de diferentes clases de flores. Todavía veo, cuando por casualidad paso por algún vivero, los sobresitos iguales o similares aquellos con toda clase de semillas.

Como sembrar todo ese terreno con panes de gramillón significaba bastante dinero (creo que eran los inicios de esa técnica de alfombrar la tierra con esas láminas de tierra con césped), me acuerdo que compraron una cierta cantidad y mamá los iba deshaciendo con cuidado y replantaba cada plantita de gramilla cubriendo la mayor superficie posible. Después, cuando con el tiempo el gramillón se extendía un poco, cortaba brotes y los volvía a insertar en los espacios que todavía quedaban vacíos. Un trabajo y una paciencia propia de los chinos.

Ya había algunos frutales, como la morera negra de la que hablé antes; otra morera, blanca, que estaba también sobre la izquierda, pero a la altura de la mitad del terreno. No recuerdo si los otros árboles ya estaban o los compraron los viejos después. Lo cierto es que desde siempre recuerdo el limonero, el ciruelo, el damasco y un naranjo...
Además de un damasco de esos de adorno.

Todos estuvieron hasta que dejamos la casa en el '75. No sé si los nuevos dueños dejaron alguno en pie, porque por lo que pudimos ver desde afuera, construyeron en casi todo el fondo.

En ésta casa sí recuerdo que había una bomba para extraer agua, pero parece que la perforación no era lo suficientemente profunda por lo que el agua no era del todo buena. Me acuerdo también que en una ocasión vinieron unos hombres a profundizar el agujero para alcanzar la 3ª napa, si no me equivoco.
El motor con su cubierta metálica estaba al lado de la morera blanca. No se podía olvidar de encenderlo una o dos veces al día para no encontrarnos con la sorpresa de que no teníamos agua. Claro, siempre que no hubiera cortes de luz o baja tensión. Especialmente en verano (bueno, más o menos como hoy... no?). Eran bastante frecuentes los cortes (otra cosa que no había que olvidar era tener una provisión de velas a mano), pero sobre todo las grandes bajas de la tensión eléctrica. Eran tan pronunciadas que sólo quedaba un "hilito" rojo incandescente en las lamparitas, y cada tanto se producían golpes de tensión (o subían, o bajaban de pronto). Por suerte, creo que nunca se quemó ningún aparato de la casa... Bah, eso creo.
No estoy tan seguro, ahora que lo pienso.

Al fin, Castelar...!!! (1)

Se me ocurre que fue más bien a mediados de año que nos instalamos en la casa de Castelar, aunque la lógica dice que tendría que haber sido en enero o febrero, o sea antes del comienzo de las clases. Héctor estaba por empezar tercer grado de la escuela primaria (el cuarto grado actual). Únicamente que le hayan dado el pase de escuela mientras cursaba los primeros meses del año en la St. Michael's de Burzaco (¿o de Lomas de Zamora?).
Yo todavía era chico para ingresar al Jardín de Infantes. En esos tiempos sólo había sala de 5 años y apenas acababa de estrenar 4.

La casa estaba "pelada", recién terminada y con claras evidencias de ello. Tengo una foto en la que Héctor y yo estamos en la veredita del costado de la casa. Héctor de pie y yo sentado en el borde de la ventana del comedor. Ahora no me acuerdo dónde la tengo, pero en cuanto la encuentre la subo.
El terreno, por ejemplo, estaba con poco césped. Con bastante yuyo, eso sí. Había restos de la obra. Supongo que algún pedazo de tierra cubierto por mezcla endurecida. En el fondo del terreno, en la esquina izquierda limitando con las casas de los Elman y la del atrás (me olvidé del apellido de ellos) se había juntado bastante escombro que formaron una montaña de un metro y medio de altura, calculo. La cumbre de éste cúmulo coincidía con el tronco de una de las dos moreras que había. Ésta era la morera negra.
Evidentemente había otras cosas más urgentes que atender, que corregir y/o que hacer nuevas y así fue quedando el montículo de escombros, que terminaron ganándose su lugar porque se cubrieron de césped y otro tipo de plantas al punto de que ya no se notaba que debajo estaban ellos. De a poco se convirtió en un lugar muy importante para Héctor y para mi. Una especie de cita obligada. Ahí teníamos buena sombra en verano, "privacidad", espacio propicio para inventarnos nuestras historias infantiles, una excelente plataforma para trepar desde allí a las ramas de la morera y pasar las tardes enteras entre charlas y divagaciones con nuestros amigos. Podíamos observar sin ser observados. En fin, dentro del mojón que significó la casa para la vida de la familia, la morera y la montañita de escombros fue a su vez, un ícono nuestro. Una especie de "centro de usos múltiples", lugar de esparcimiento y juego, de reflexión, de "interacción comunitaria", de observación y estudio de la naturaleza y proveedor de un postre adicional: las ricas moras negras. Claro, también de muchas manchas en la ropa que seguramente no harían muy feliz a mamá.